La llegada de internet a fines del siglo XX cambió las reglas del juego para todo el planeta, incluyendo desde luego a las empresas y a la vida social. La velocidad de transmisión de información se agilizó como nunca (de hecho, continúa haciéndolo año tras año), y el arribo de tecnologías inalámbricas accesibles para un público masivo facilitó el proceso de incorporación de los nuevos medios y de un ritmo de vida mucho más veloz. Y aunque era presumible que esto se profundizaría con los años, la pandemia lo hizo terminar de desembarcar a la fuerza.
Los enormes cierres y las cuarentenas forzados por el covid provocaron una auténtica revolución: la mayor parte de las vidas y los trabajos se volcaron a una modalidad virtual que reniega del encuentro social y del contacto físico para así desalentar los contagios. Esta forma remota de producir y vender, surgida en años recientes y en principio implementada solamente por empresas de grueso calibre tecnológico y/o abundante capital, pasó a estandarizarse a pleno al punto de que alrededor del 35% de los puestos laborales la adoptarán definitivamente.
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A distancia
Los servicios digitales pasaron de tener un lugar privilegiado a uno absolutamente imprescindible: los confinamientos globales hicieron mudar al instante infinidad de actividades a una versión “a distancia”. Casi cualquier tipo de compra, servicio gubernamental o evento requirió de poseer un funcionamiento primordialmente a través de internet, al tiempo que esto desencadenaba una demanda gigantesca de los servicios virtuales que, a su vez, se erigen como un elemento vital para que las ciudades crezcan.
Ciudades inteligentes
Solo para 2023, se proyecta que ya la mitad de los centros urbanos de menos 250.000 habitantes alimentarán su desarrollo a través de la implementación de medidas de “ciudades inteligentes” para así atraer a los trabajadores devenidos en remotos que huyen del caos de las grandes urbes. En concreto, mucha gente aprovechará las ventajas de trabajar en la era digital para mudarse desde ciudades enormes (que generan estrés por su mecánica congestionada) hacia otras de menor población (con mejor internet, menos tránsito y basura, y mejores servicios generales), más amenas para sus habitantes y por ende gestoras de una naciente comunidad de trabajadores a distancia.
Al volverse más eficientes y sostenibles, los centros urbanos de tamaño mediano crecerán y poseerán más valor económico al confluir allí más inversiones y talentos. De esta manera, se consolida aquí el concepto de “ciudad inteligente”, motorizado por la adopción plena de nuevas tecnologías tales como:
– Internet de las cosas: La conectividad inalámbrica de aparatos a nivel global crecerá como nunca antes, llegando a 14 billones de dispositivos que estarán más que nada en las ciudades.
– Inteligencia artificial: Será imprescindible para analizar la información que provenga de los activos de las urbes, lo que permitirá administrarlas en tiempo real. Se proyecta para 2027 que siete de cada diez empresas la usen.
– Ciberseguridad: Incluso en el presente, reduce el margen de error del funcionamiento digital de las ciudades. Hasta antes de la pandemia, su implementación ya había subido un 26%.
– 5G y wifi 6: Vitales para el internet móvil en espacios públicos, suben la productividad y la chance de acceder a datos y aplicaciones desde cualquier artefacto conectado y ubicación. Hoy en día, tienen un crecimiento aún leve.
Como puede verse, los centros urbanos están evolucionando hacia ciudades inteligentes donde la digitalización está implementada plenamente. Dado que las actividades laborales ya han adoptado una nueva forma de ser donde es posible realizarlas remotamente y que el planeta precisa de seguir evolucionando, en este contexto entrará a jugar un movimiento gradual de personas que trabajan a distancia y sin un lugar fijo para ello, quienes se mudarán a ciudades más pequeñas (pero también más acogedoras, seguras, conectadas y mejor preparadas para el desarrollo económico).
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