La rápida expansión de la inteligencia artificial (IA) en los últimos años generó avances significativos en diversos ámbitos, especialmente en la medicina, a través del procesamiento de historias clínicas y ensayos. Sin embargo, este auge de las capacidades de la IA también conlleva consecuencias no tan positivas para el medio ambiente.
Con cada ejecución de un algoritmo de IA, el consumo de energía eléctrica – según afirman estudios y especialistas – da lugar a importantes emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global. El volumen de emisiones varía en función de la arquitectura de hardware utilizada, el tamaño y la complejidad de los modelos, la carga de trabajo específica y la forma en que se implementa y ejecuta el sistema.
Según el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la huella de carbono de la computación en nube supera actualmente a la de toda la industria de la aviación. Además, los conjuntos de datos utilizados para entrenar los modelos de IA son cada vez mayores, lo que exige cada vez más energía.
Federico Falcón, director de The Carbon Sink, consultora especializada en huella de carbono corporativa: “El entrenamiento de un solo modelo de IA puede emitir más de 285 toneladas de dióxido de carbono equivalente a casi cinco veces lo que emite un auto estadounidense promedio en toda su vida útil, y a talar más de 220 algarrobos. Es crucial que las empresas consideren cómo el almacenamiento de información y el uso de la IA están contribuyendo en incrementar su huella de carbono y las aleja de sus objetivos de reducción de emisiones”.
Por otro lado, la IA, aunque parezca contradictorio, tiene el potencial de ser una herramienta clave para reducir el cambio climático. Recientemente, la Universidad de Columbia creó el centro “Aprendiendo la Tierra con Inteligencia Artificial y Física” para desarrollar modelos climáticos de nueva generación basados en la IA y formar a estudiantes en este campo. La capacidad de la IA para analizar grandes cantidades de variables complejas y dinámicas del sistema climático podría reducir las incertidumbres y permitir predicciones más precisas. Esto, a su vez, nos ayuda a anticiparnos a los fenómenos climáticos, permitiendo una mejor preparación y adaptación.
Además, la IA podría contribuir al desarrollo de materiales más ligeros y resistentes, mejorar los procesos de captura de carbono, gestionar la electricidad procedente de fuentes renovables y optimizar la eficiencia de las centrales energéticas y las cadenas de suministro, entre otras aplicaciones. “En un mundo en el que la crisis climática es una realidad urgente, la inteligencia artificial tiene el potencial de ser una herramienta poderosa para abordar estos desafíos. Si las empresas y la comunidad científica adoptan prácticas responsables y aplican estratégicamente la IA, podrían impulsar la innovación en la acción climática, creando un mundo más sostenible”, concluye Falcón de The Carbon Sink.